martes, 22 de diciembre de 2015

BREAKING BAD: Materia gris de un western barroco


Es Hollywood, sin dudas, desde hace un siglo, la gran maquinaria exportadora de fantasías y fantasmas de la aldea global y ha visto aquella industria en las series, desde hace algunas décadas, un ámbito privilegiado para el desarrollo de complejas propuestas estéticas en soporte audiovisual. Breaking Bad es un claro ejemplo de esta afirmación. 
La serie se emitió en EEUU entre 2009 y 2013. Fue aclamada por la crítica, batiendo records de audiencia. Aún hoy, sigue siendo vista por millones de espectadores a través de Internet cada día. Cada emisión de esta producción de Sony es una pieza cinematográfica, conformando un gran relato audiovisual de 62 capítulos minuciosamente desarrollados a lo largo de 5 temporadas, en lo que podría considerarse un gran filme de alrededor de 50 horas.
Sin revelar detalles de la trama, podemos contar lo básico: Walter White es un profesor de química de Alburquerque (sur de EEUU, en el fronterizo estado de Nuevo México). Es el clásico aburrido ciudadano promedio norteamericano. Tiene una esposa embarazada (Skyler), un hijo discapacitado de 15 años (Walter Jr.) y una pesada hipoteca como casa. En sus años de estudiante formó junto a dos colegas una empresa llamada “Materia gris”, negocio del cual él quedó afuera por una confusa situación. Mientras sus ex socios son multimillonarios, él se encuentra en bancarrota. Ante esta situación, White alterna sus horas de docente con un empleo de medio tiempo como cajero en un lavadero de autos, propiedad de un comerciante rumano. De forma repentina, descubre que padece cáncer de pulmón y, antes de contárselo a su familia, se pone en contacto de manera fortuita con un ex alumno de la escuela (Jesse), un adicto que trafica meta-anfetamina desde un laboratorio casero. Aprovechando sus conocimientos en el rubro de la química, rápidamente Walter comenzará a producir esta poderosa y redituable droga con el joven traficante, buscando asegurar dinero para su familia ante el inevitable e inminente final de su vida. Desde este punto de partida (ya presentado en los primeros capítulos de la primera temporada) se irán desarrollando nuestros personajes en distintas direcciones, llevando a su negocio y a sus vidas hacia circunstancias y situaciones imprevistas.
 

 
 El objetivo central de la serie (en boca de sus autores) es “convertir a Mr. Chips en Scarface”, generando en el espectador una identificación emocional con un protagonista que gradualmente se irá transformando en un villano (1). Por otro lado, el creador de la serie (Vince Gilligan) catalogó a Breaking Bad como un western contemporáneo (2). La referencia es inevitable: el terreno árido del sudoeste de EEUU se graba en los rostros de esos personajes batidos a duelos constantes (tanto de pistola como psicológicos). Los horizontes inmensos y el calor sofocante, los cruces culturales (por lo general violentos) entre autóctonos, gringos e inmigrantes, conforman el abc del cine de cowboys.
Sin dudas, estas dos intenciones iniciales de los productores de la serie se han cumplido con creces. Sin embargo, a partir de esas afirmaciones iniciales, podemos aportar nuevas lecturas que nos permitan entender que nos quieren decir esos logros en el contexto contemporáneo.
Ligando estas afirmaciones iniciales, podemos sostener que Breaking Bad es, en principio, un western barroco (más cercano a los western de Sergio Leone y Clint Eastwood - con su villano "Tuco" - que a los clásicos de John Ford y John Wayne): la predominancia de lo musical, el tono grotesco / tragicómico, la construcción de personajes opacos, oscuros, indescifrables, con identidades siempre difusas, mutables, en permanente transformación, son marcas propias del género.
Por otro lado, la insistencia en presentar elementos de fuerte contenido simbólico (recurriendo de manera permanente al montaje intelectual einsesteniano y a objetos metafóricos de sentido ambiguo e indeterminado), la resignificación de situaciones o acontecimientos en el recurrente uso del flash forward (3) (previo a los créditos iniciales en la gran mayoría de los capítulos) son recursos que tienden a generar tensiones, rompiendo con toda posible centralidad en la construcción de significado. Como en los versos renacentistas presentes en los poemas de Gongora (4), Breaking Bad esta plagado de referencias a obras y productos culturales diversos: el spaghetti western, Walt Withman, Pulp Fiction, Discovery Channel, video games, corridos y culebrones mexicanos y hasta Terminator, configuran las muchas referencias explicitas que la serie va sumando a fin de tejer y destejer tramas de significado dispersas. He allí su naturaleza barroca
Desde esa base es también Breaking Bad un western psicológico. “Hacer cualquier cosa por dejar dinero a la familia” es una buena razón para comprender las acciones de Walter White. La fabula moralista (de las que abundan en TV) es el punto de partida que la historia irá deformando, oscureciendo y opacando a lo largo de su desarrollo, abriendo una zona gris entre los fines del protagonista (salvar a su familia de la crisis económica) y los medios llevados a cabo para conseguirlos. El heroísmo de White se irá transformando en tentación. Lentamente, la cálida vida familiar deja de ser la referencia estable, el lugar seguro al cual regresar. White (que en español significa “Blanco”) se moverá por esa cada vez más amplia “materia gris” que separa el submundo marginal (plagado de cucarachas criminales, adictas y lúmpenes) y el limpio y ordenado mundo del buen ciudadano americano, con la sentencia de muerte pisándole los talones.
Jesse, el co-protagonista de la serie, es un joven salido de la secundaria que nunca pudo entrar al mundo del trabajo. Vaga de un lugar a otro, vive de prestado en la casa de una tía, pasa gran parte del tiempo drogado, acostándose con prostitutas adictas y juntando dinero para sobrevivir y seguir drogándose. Cada tanto Jesse le jura a su madre que consiguió un trabajo cargando datos: “todo por computadora”, promete. El telemercadeo y las drogas parecen ser las únicas opciones para él y los de su clase. Empleos basura que no valen la pena, mano de obra temporaria para un bastardo del American Way Of life (la clase media local). Sus padres ya no quieren verlo, lo echaron de casa otra vez. La familia promedio niega al hijo, lo expulsa, esconde al problema debajo de esa alfombra que nuestros protagonistas se empecinan en levantar.
Entonces, estos personajes – tipo inicialmente opuestos (el “honesto padre de familia” y el “inmoral lumpen adicto”) empezarán a trabajar juntos. Pero poco a poco, esos mundos aparentemente contrapuestos de nuestros protagonistas se empezarán a entrecruzar y mezclar. La línea divisoria entre buenos y malos (siempre bien definida en el western), entre el mundo criminal y el mundo ordenado, entre la higiene moral y la podredumbre de la ciudad, se empezará a desdibujar, en paralelo a la gradual transformación de nuestros protagonistas. 

Como en Las Meninas de Velásquez, en el barroco la realidad es el producto de un juego de espejos, de una cadena de representaciones que son pura apariencia (5). Es, sin dudas, el procedimiento del juego de espejos y reflejos barroco (por analogía y oposición) el elemento más significativo de la serie. En Breaking Bad, el reflejo construye y deconstruye identidad. Espejo entre la casa familiar y la casa de los adictos, entre el hijo con parálisis y el activo traficante, entre la prostituta y el ama de casa, entre el enfermo terminal (White) y el traficante despiadado (Heisenberg), entre la organización narco-criminal (clandestina e ilegal) y todas las organizaciones legales de la ciudad: La empresa, el estado, la policía, el comercio, la familia.
Para organizar su pyme narco, White y Jesse utilizarán jerga empresarial (perspectiva de crecimiento, balance, metas, etc.) La burocracia, el aparato represivo del estado, las corporaciones, los pequeños traficantes, los grandes carteles, la DEA, los abogados, los hospitales, las obras sociales: todos funcionarán de la misma manera y buscarán lo mismo. Todos harán preguntas, encerrarán, clasificarán y domesticarán al cuerpo. Todos se organizarán de la misma manera: todos se regirán por jerarquías y relaciones de clase, bajo las mismas lógicas de explotación y con similares fines.
A lo largo de la serie, estos juegos de espejos se presentarán de forma insistente ante los ojos del espectador. Pero no somos testigos privilegiados de estos reflejos: Al igual que en Las Meninas, nuestra mirada en la serie también se encuentra bajo amenaza, a punto de ser descubierta. La cámara en mano, siempre en movimiento, las miradas a cámara de los personajes y las falsas subjetivas (6) (recurrentes en la mayoría de las tomas de los episodios de la serie) exponen al narrador y al espectador fascinado y voyeurista, siempre a punto de ser atrapado.
En cierto momento de la historia, casi sin percibirlo, ya no podemos diferenciar reflejo de realidad. Ya no hay buenos ni malos, ni esencias ni apariencias, ni blancos ni negros. Desde allí, con la fabula moral del comienzo en ruinas, la cadena de acontecimientos se desarrollará hacia el inevitable e inesperado desenlace. Rápidamente descubrimos que ya es demasiado tarde para que el protagonista de un paso hacia atrás y, sobre todo, para que como espectadores dejemos de sentirnos identificados con aquello en lo que nos hemos convertido.


(1) “Amar a Walter White / Odiar a Walter White” AUTOR
FUENTE: http://www.jotdown.es/2013/08/amar-a-walter-white-odiar-a-walter-white/

(2) Western contemporáneo: http://cinedivergente.com/mas-alla-del-7/audiovisual/posibles-apreciaciones-sobre-breaking-bad

(3) Flash forward: procedimiento opuesto al conocido “Flash back”: Ocurre cuando el relato da un salto hacia adelante en la historia.

(4) Vease el texto "Barroco" de Severo Sarduy

(5) Focault en "Las palabras y las cosas" analiza este juego de espejos presente en Las Meninas.

(6) La “toma subjetiva” indica un plano que representa la mirada de un personaje. La “falsa subjetiva” simula representar una mirada presente en la escena, pero no es atribuible a ningún personaje concreto.

domingo, 23 de agosto de 2015

Con Capusotto no se jode


"No analicen tanto, yo hago pop para divertirse” Micky Vainilla

Sin dudas resultó inesperada la repercusión del artículo publicado por La Izquierda Diario “Capusoto / Saborido: ¿Los Midachi del progresismo?” el martes pasado. Sobre todo, llamó la atención la catarata de insultos desatadas en comentarios de los distintos portales por los que circuló. El hecho de que la nota haya sido levantada por el portal oficialista de Diego Gvirtz (Diario Registrado) y la página oficial de 678 fue el detonante para la siguiente viralización. El artículo disparó debates de distintos tonos: algunos se posicionaron en defensa de los argumentos planteados, otros en contra. Es interesante observar cómo las características de la repercusión y los comentarios vertidos en las redes sociales (sobre todo los negativos) confirmaron en gran medida las tesis centrales presentadas en ese primer artículo.


“El Fit molesto con una parodia de Capusoto y Saborido”
Así titula, recorta y tergiversa Diario Registrado el artículo (1). Todo en ese título es falso, tendencioso y mala leche. En primer lugar, el artículo nunca expresa un enojo, una molestia o un repudio. En segundo lugar, el artículo esta firmado por una persona, no es un comunicado conjunto ni del Frente de Izquierda ni del PTS (partido que editorializa La Izquierda Diario), con lo cual, hay una manifiesta intencionalidad política que tiene que ver más con fines electoralistas que con el objetivo central expresado en el primer párrafo de aquel artículo (“pensar la función del humor absurdo bajo las lógicas del sentido común progresista”). Quizás en la policía del pensamiento de las productoras privadas oficiales no exista el concepto de autor. La Izquierda Diario brindó el espacio a mi artículo permitiendo que me exprese con total libertad sobre el tema en cuestión.
Pero a no sorprendernos… La intención es clara: Vaciar la discusión, reafirmar posturas maniqueas y prácticas macartistas: si a esa ensalada le sumamos un ejército de comentaristas acríticos, lectores veloces y opinólogos de títulos… la mesa está servida.
Si comunicadores que tienen llegada a millones de personas realizan este recorte tendencioso, ¿qué podemos esperar de comentarios de facebook de miles de cibermilitantes fanatizados?
La gran mayoría de los comentarios que expresan un desacuerdo con el artículo (por no decir casi todos) lo hacen a través de insultos hacia un sujeto plural bien definido (“ustedes los troskos”, “los zurdos”, “los gorilas”, etc.). Los que desarrollan alguna mínima línea argumental, interpretaron el artículo como el título de Diario Registrado lo exigía: (“El FIT repudia un sketch de Capusoto”). A partir de la plegaria de San Gvirtz, rezaron: “No tienen sentido del humor”, “se ponen moralistas”, “son reaccionarios”.
Otros leyeron el artículo desde algún tipo de crítica moral, observando que el texto rechazaba al chiste por tocar a determinado actor social (el troskista). Nada de eso existió en el artículo. No hay una sola palabra de repudio a Capusoto o al sketch en el texto. No se dice ni se sugiere que “hubiera sido mejor que no salga al aire” o que “con determinadas cosas no se jode”. Inclusive, el artículo insiste (en varias oportunidades) en pensar posibilidades para el mismo sketch desde la misma tesis política (sugiere una escena que muestre que “a los troskos les gusta que les peguen”, por ejemplo).
Por otro lado, no es lo central ni lo único que plantea el artículo la burla hacia la izquierda. Lo más relevante (y el punto de partida del análisis) es el contexto de la represión en el que el sketch salió al aire. Obviamente, ningún comentarista digital de culo aplastado repudió (o al menos mencionó) ese acontecimiento reciente (otra vez silenciado).
Sobre la falta de sentido del humor del analista: El artículo sostiene que el chiste es logrado (explicando inclusive los procedimientos puestos en juego para su efectividad).
Por otro lado, el artículo pone en duda insistentemente que se trate de una posición explícita de Capusotto y Saborido sobre los acontecimientos de la Panamericana, sosteniendo que ese dato no le interesa demasiado. A lo que apunta el análisis es a comprender el mecanismo del chiste como expresión de lógicas de producción de sentido social en un contexto determinado.
Considerar que el planteo de un mínimo análisis sobre la relación entre el chiste y el conflicto social que lo rodea es innecesario (o es motivo de insulto) es una forma implícita de naturalizar (y aceptar) la represión a la protesta social.

Progresismo y Neoliberalismo: Narcisismo de la pequeña diferencia
Lo más curioso de todo este pequeño acontecimiento fue observar que aquello que más indignó a los comentaristas oficialistas fue la comparación de Capusotto / Saborido con Midachi: ¿no es acaso un elogio para el progresismo que su referencia sea Capusotto mientras que la del neoliberalismo conservador sea Midachi? ¿No era acaso la delimitación política con el neoliberalismo la gran “batalla cultural” con la que tanto insistían desde las usinas del pensamiento de PPT y Carta abierta? ¿Qué les duele tanto de esa afirmación? No lo sabemos, los insultos no permiten leer entre líneas (Narcisismo de la pequeña diferencia, quizás).
Lamentablemente, el sketch no abrió una discusión sobre el humor político contemporáneo. Ni siquiera dio lugar a un debate franco sobre la táctica de desbordar a las cúpulas de la burocracia desde las bases planteada por la izquierda para las huelgas, aunque no sea ese el objetivo central del artículo. No es tiempo de debates, parece. Es tiempo de pragmatismos.
Se confirma, otra vez, que el bronce del capocómico inmoviliza.

“Desdramaticen, es solo humor, no hay tanto que analizar”
Quien escribe estas líneas ha admirado y estudiado a Capusoto desde las épocas en que para muchos de sus defensores actuales era un pelotudo que estaba los lunes a la noche con Alberti en ATC. Siempre lo analicé, siempre reí con él y lo tomé muy en serio, porque siempre entendí esa dualidad como componente esencial de su propuesta (2). Capusotto no es pop para divertirse: Capusotto nos quiere hacer reír para hacernos pensar lo establecido, lo aceptado, y el modesto llamado de atención que propone el artículo tiene que ver con la observación de que algo de eso probablemente ya no esté funcionando. La crítica desarrollada quizás sea más la exigencia de un viejo admirador que sabe que ese referente puede correrse de ciertos lugares comunes tramposos.
También se propone el artículo interpelar a ese progresismo que, aún con buenas intenciones (y con la boleta de Scioli en la mano), advierte el advenimiento de la derecha: la idea es invitarlo a pensar como ciertos giros ideológicos se dan también (y sobre todo) en el terreno del humor. Busca interpelar a ese progresismo que esperamos que salga a las calles si Scioli, Macri o Massa deciden quitar lo que ellos caracterizan como “los logros de la década ganada”.
Pero sus defensores parecen empecinados en representar de forma grotesca a esos mismos estereotipos que el programa quiso parodiar. A Capusotto lo defienden los chateros que el mismo satirizó, lo leen como a Micky Vainilla y lo sacralizan como a Jesús de Laferrere.
Pareciera que sus defensores actuales nunca lo entendieron. Los insultos en su defensa no presentan grandes diferencias con los argumentos que pudieron haber recibido a su favor los Midachi en los 90s. (“Es solo humor, no hay nada que analizar”). De sus interpretaciones podemos decir mucho más que “aguante Capusoto troskos putos” o “es solo humor, desdramaticen”.
Nos preguntamos entonces: ¿Por qué lo leen a Capusoto como “pop para divertirse”, como un Micky Vainilla en sentido literal? ¿Cómo llegó Capusotto a ser defendido por esos chateros imbéciles que el mismo se propuso parodiar (3)?
Posiblemente, todo esto haya ocurrido porque quizás el estereotipo del facho de Micky Vainilla sea otro estereotipo cómodo para ese progresismo oficial que hoy solo parece poder balbucear insultos desde atrás de una pantalla. Porque el consumo midachezco (que se ríe para que nada cambie) en el progresismo es cínico: porque puedo reírme de los chateros siendo uno de ellos, porque puedo ver a Micky Vainilla afirmando con orgullo que soy Micky Vainilla. Porque ese tratamiento de ciertos tipos sociales (sea el trosko, el rockero, la monja, el peronista o el flogger) se reafirman dibujando un círculo vacío de retorno a un sentido común tranquilizador. Son chistes que nada cambian en la percepción social de sus construcciones sociales de base. (Lógica hegemónica de la industria del entretenimiento, ahora con el condimento del cinismo progresista).
Si se enojan porque les tocaron a su vaca sagrada… ¿A dónde esta la deconstrucción crítica de estereotipos a través del humor defendida por los promotores oficiales del cambio cultural?
El mejor homenaje para Capusotto y Saborido (si su intención sigue siendo la crítica a la industria del espectáculo para pensar la realidad social) es la publicación de un artículo de análisis crítico sobre sus obras. Difícilmente sus defensores estén haciendo justicia a las intenciones de la dupla.
Las reacciones de sus defensores no hacen más que confirmar violentamente las tesis desplegadas en el primer artículo publicado.
Para ellos: Capusoto es solo risa, “es pop para divertirse”.



2. Todo x 2$ “Marx Atack”: 
https://www.youtube.com/watch?v=aUJeNw8UP7Y

3. Peter Capusotto y sus videos “CHATEROS”: 
https://www.youtube.com/watch?v=z8IiH-cykv4


miércoles, 12 de agosto de 2015

Capussoto / Saborido: ¿Los Midachi del progresismo posmoderno?


Capussoto / Saborido: ¿Los Midachi del progresismo?
Algunas líneas de análisis sobre “El pelotero de troskistas de Sor Teresa de la Uta”.

LINK: http://www.tvpublica.com.ar/articulo/sor-teresa-de-la-uta/

El presente artículo propone desplegar algunas reflexiones sobre el Sketch de “Sor teresa de la UTA”, apuntando en particular al chiste sobre el corte de calle y “el pelotero de troskistas” incluido en la escena de “Peter Capussoto y sus vídeos” del lunes 10 de agosto pasado, a la luz del conflicto reciente entre la empresa Monsa y los trabajadores de la línea 60. El objetivo: pensar la función de la parodia y el humor como elemento de disrupción en el actual panorama hegemónico de sentido común progresista.

Antes de iniciar el análisis, es indispensable una mínima contextualización. El sketch a analizar sobre los colectiveros salió al aire, desafortunadamente (¿desafortunadamente?), dos semanas después de la terrible represión propinada por la Gendarmería Nacional a los trabajadores de la línea 60, quienes estaban reclamando en Panamericana la reincorporación de 53 compañeros despedidos, con el único apoyo político de partidos y agrupaciones de izquierda (el “pelotero de troskistas” que el sketch menciona) y la oposición de su sindicato. Recordemos que estos despidos fueron efectuados por la empresa en respuesta a una medida de fuerza llevada a cabo por los trabajadores, en la cual denunciaban sobreprecios de subsidios otorgados, con la complicidad de la UTA, por el estado a la empresa. Ver esta humorada en este contexto en la TV pública amerita, al menos, unas líneas de reflexión.





¿Habrán conocido los autores el trasfondo de este conflicto? ¿Fue grabado antes o después de la mencionada represión? ¿Es una mera coincidencia o es la explicitación de un posicionamiento político ante un conflicto determinado?
En este artículo, ciertas preguntas no interesan demasiado. No interesa achacar culpas ni pretender hacer denuncias simplonas que pretendan relacionar mecánicamente un chiste masomenos desafortunado o logrado, la postura política de su autor y el desarrollo de una lucha particular. Una obra no es una prueba incriminatoria. Una obra es, en última instancia, síntoma de procesos históricos, políticos, culturales mucho más profundos (de los cuales sus autores no son ajenos). El análisis, entonces, pasará por otro lado.

El sketch de Sor Teresa se propone parodiar, por un lado, la imagen de la burocracia sindical como paladín del movimiento obrero y, por el otro, el rol de la izquierda en el desarrollo de sus acciones políticas. Partiendo de un esquema repetido de juego de palabras (La Uta / Calcuta), el sketch desplega un interesante desarrollo cómico (a nivel corporal) que enfatiza la contraposición entre la mesura religiosa esperada en el cuerpo de una monja y la desmesura del dirigente peronista, apelando a la fusión de estereotipos sociales (aparentemente) contrapuestos, tan frecuente en el humor de Capussoto / Saborido. La izquierda troskista es representada en la figura de un tonto distraído de barba que corre detrás de una pelota lanzada por la Sor, cortando la calle más próxima sin sufrir ninguna represalia.
Luego, trabajadores de la UTA tiran piedras a gastronómicos y preparan un enfrentamiento con la UOCRA. Aquí, la referencia al accionar de patotas es sutil, imperceptible. No aparece en escena ninguna alusión a algún tipo de entramado mafioso de mercenarios a sueldo, sindicatos, patronales y funcionarios del estado. Esta ausencia iguala a todo posible activismo sindical de base con las patotas representadas. En este panorama, la burocracia de la UTA pareciera salir de la humorada bastante bien parada, con una dignidad nostalgiosa que apela a cierto romanticismo peronista. Los dardos más punzantes son lanzados a la izquierda, apelando al estereotipo más elemental del “psicobolche”. No hay rostro humano ni nostalgia posible en ese personaje. El “reirse con él” solo es posible con la Sor Teresa de la UTA. Tampoco hay rastro alguno de represión en la escena. No hay causas ni consecuencias en los actos representados. Un humor ácido, irónico, negro y sarcástico como el del mejor Capussoto se atrevería a reirse de la violencia irracional, de las tranzas y de las redes de corrupción subyacentes de un modo visceral. Se reiría (en los marcos de la hipótesis planteada) de ese troskista al “que le gusta que le peguen”, forzando hasta el límite su propia postura. Pero aquí nada de eso ocurre. Los estereotipos danzan y se mueven sin demasiado conflicto, se reafirman sin demasiados cuestionamientos.

El humor es un arma potencial de ruptura con el sentido común. La tragedia, entre las ruinas de la destrucción, saca a la luz valores éticos profundos. La comedia, la risa, en cambio, en la apertura de pequeñas grietas dentro de lo establecido, muestra la fragilidad del sentido común, instala un vacío estructural en la construcción de significado.

En este caso, el sentido común al que parecieran pretender derribar Capussoto y Saborido en su parodia es al de la referencia de la izquierda con respecto al movimiento obrero y al de las luchas por conquistas parciales de los trabajadores (“paritaria libre, aguinaldo y retroactivo”) como desarrollo de procesos histórico – políticos concretos. La fisura instalada para que el chiste funcione es la de esa izquierda tonta manejada por la UTA (mencionando directamente al troskismo) y el corte de calle irracional, tonto, inconsciente, corriendo detrás de alguna pelota oportunista lanzada por “la derecha”. No hay rastros de represión ni de conflictividad social: esa ausencia, ese ocultamiento (de acontecimientos reales y concretos ocurridos recientemente), deja entreabierta una burla a las denuncias permanentes de casos de represión del aparato estatal realizados por esa izquierda estereotipada (“¿no ves que cruza la calle y no le pasa nada?”, parece querer decirnos el chiste). Si se tratara, en cambio, de un mero “desconocimiento” de esas denuncias por parte de los autores, la ecuación no cambiaría demasiado.

Sin dudas, es extraño (y, ¿por qué no?, doloroso) poner a Capussoto y Saborido bajo la lupa en esta circunstancia: una dupla muy respetada por aquellos que revindicamos ese humor político como arma de ruptura, de desnaturalización, políticamente incorrecto, irreverente y rupturista que supieron (y quizás aún sepan) desarrollar. Hace bastante tiempo que el humor de Capussoto y Saborido parece no salir del corset del chiste establecido por la industria del entretenimiento a la que en otros momentos históricos supieron apedrear con firmeza. La industria del entretenimiento cambió, los programas más reaccionarios del prime-time hacen uso de procedimientos del humor absurdo y surrealista. Quizás por eso hoy Capussoto sea ubicado (por propios y extraños) en un pedestal de capo-cómico nacional, lugar ganado, sin dudas, con justicia. Posiblemente, el costo de ese lugar ganado sea la neutralización de su propuesta.

Es aquí entonces en donde aparece la pregunta provocadora presentada al comienzo del artículo. ¿Es acaso la dupla Capussoto / Saborido hoy la referencia del humor del progresismo oficial como lo fue ayer el humor Midachi para el discurso neoliberal conservador? ¿Qué esta diciendo, entre líneas, ese humor sobre ese discurso oficial actual?
Así como la Tota de Miguel Del Sel parodiaba a esa cuarentona menemista para afirmar los modelos de belleza joven y femenina (también menemista) o el gay de Dady enaltecía, por oposición, al macho alfa del patriarcado más reaccionario, “Sor Teresa de la Uta”, después del chiste, nos abre un mundo más ordenado dónde la lucha por “paritarias, aguinaldo y retroactivo” es una exageración, un exceso (una revelación divina inesperada), y la disputa política del movimiento obrero en las calles no tiene nada que ver con la izquierda. Nos abre un mundo en el cual no hay rastros de represión ni de vínculos entre patrones, sindicatos y funcionarios del estado. Nos abre un mundo sin procesos históricos ni políticos, un mundo “sin ideologías”.

Aún sosteniendo la misma tesis política, propia de sectores del progresismo K-Sciolista venidero (“el troskismo es funcional a la burocracia sindical”), el sketch podría haber abierto (desde otro tipo de radicalidad en la forma) el camino a la apertura de nuevas preguntas al espectador, una serie de fisuras en el sentido común que permitan, aún comunicando una tesis precisa (con la cual podemos no concordar), abrir interrogantes sobre las condiciones mismas de producción de discurso político. Una estrategia de esas características permitiría superar ese tono maniqueo y ese tinte de propaganda macartista con el que (quizás involuntariamente) el sketch coquetea.
El chiste parece querer volver, en esta propuesta, a un sentido común mucho más limpio y ordenado que el de su punto de partida. Una mínima referencia a la represión (un policía a lo Búster Keaton pegando palazos) abriría un nuevo mundo. Pero nada de eso aparece, ni una mínima referencia.
Pero el chiste no fue gratuito. La industria del entretenimiento (a la cual Capussoto suele criticar con ironía) sigue funcionando, reciclando cínicamente sus elementos subversivos. Otra vez nos reímos y divertimos dentro del intervalo establecido entre la música y los cortes publicitarios, con la conciencia tranquila de estar participando del rito televisivo del sarcasmo y la crítica social semanal. Quizás sea ese el único rasgo distintivo de este humor progresista con respecto al de Del Sel y compañía.

Peter Capussoto y sus videos sigue siendo, desde hace muchos años, el único programa de sketchs originales de humor político de la TV abierta nacional, género censurado por las lógicas depredadoras de la industria televisiva contemporánea. Las tesis políticas que desplega cada semana se proponen marcar la cancha ante esos “otros” emanados de un discurso progresista empecinado en mostrar sus  hilachas. En ciertas circunstancias (como la aquí analizada) ciertos chistes son actos fallidos que hablan más sobre el propio discurso que sobre aquel que pretende burlar.