jueves, 23 de febrero de 2017

House of Cards, autorretrato de una crisis de régimen político


A partir de mayo Netflix nos invitará nuevamente a recorrer las principales oficinas del gobierno de los Estados Unidos de la mano de Frank Underwood, ese político pragmático, cínico y despiadado encarnado por Kevin Spacey. A poco de la salida de la quinta (y posiblemente, la última) temporada de House of cards, vale la pena instalar algunas reflexiones e interrogantes para aquellos que esperan ansiosos el estreno o están planeando empezar su propio viaje por los pasillos de Washington.
Primero que nada: ¿Con qué nos encontraremos al ver House of Cards? Con un retrato sutil, de pretensiones realistas, de las roscas de pasillos (que suponemos, cotidianas) ocurridas en las oficinas de gobierno: ese espacio en el que confluyen ambiciones personales, lobbys, conflictos de intereses, mezquindades, especulaciones, negociaciones, venganzas y devoluciones de favores.
Vemos representado (en tono impresionista) el funcionamiento de las camarillas que deciden y definen el destino de millones de personas (miles de millones, considerando que se trata del centro del imperio en occidente). Veremos un proyecto que se pretende “de primera mano”, dirigido por el guionista Beau Willimon, ex asesor de Hillary Clinton en las elecciones que consagraron a Obama presidente (sin dudas, un experto conocedor de su material de trabajo). También nos encontraremos con actuaciones sobresalientes: Kevin Spacey en el papel de Frank (recordado por su destacado papel en Belleza Americana), Robin Wright como Claire Underwood (para sorpresa de muchos, la Jenny de Forest Gump) y un gran elenco.
Pero, sin dudas, lo más interesante será el lugar asignado a nuestra mirada dentro de la narración. Como espectadores somos permanentemente relegados al lugar de intrusos, simples espías voyeuristas llevados de las narices por el protagonista, con una siempre indiscreta y oculta mirada fascinada. Los dimes y diretes de las camarillas gubernamentales / burocráticas son complejas. Cada capítulo va tejiendo en su desarrollo un entramado sofisticado, hasta llevarnos al punto de la confusión.
Cuando descubrimos que somos incapaces de comprender los enredos y las roscas del poder, Frank Underwood mira a cámara con suspicacia (apelando a los “apartes” del teatro clásico) para aliviar nuestras confusiones y explicarnos lo que está ocurriendo, las estrategias políticas que se están poniendo en juego. Nuestra pasividad ante las situaciones es (de ese modo) puesta de manifiesto, en lo que puede resultar una metáfora sobre el rol de las masas en las decisiones políticas bajo el actual estado de la democracia representativa (varias veces ironizada en la voz del protagonista).
¿Con qué más nos encontraremos en la serie? Con un protagonista ambiguo: héroe y anti-héroe. En este sentido, la trama no escatima en poner en juego la identificación emocional como eje del desarrollo de la historia, con un ritmo narrativo ágil (virtudes innegables de la narrativa estadounidense, desde Mark Twain y Jack London hasta las hermanas Wachowski). Pero esa identificación se torna confusa, contradictoria y, al igual que en el Walter White de Breaking Bad, la empatía con el desarrollo del personaje genera dilemas éticos en el espectador (“¿Quiero realmente que le salga bien esta jugada a este tipo?”). La banda sonora (operando en un plano menos consciente) ocupa un papel fundamental en la construcción de esa ambigüedad entre identificación y distancia. El tono solemne (con cierta referencia a las marchas militares patrióticas de los tiempos de las revoluciones nacionales) nos lleva, por momentos, a una especie de permanente “cadena nacional” (con su arquitectura monumental) y, por otros, a la interioridad emocional de los personajes.
Pero también podemos preguntarnos ¿Con qué no vamos a encontrarnos en House of cards? Con lo que definitivamente no nos encontraremos en la serie es con la lucha de clases como objeto de representación. Posiblemente esa riqueza de matices del protagonista sea el talón de Aquiles de la serie en su pretensión de realismo y verosimilitud. La figura de Frank Underwood, su presentación como un político despiadado, como el único capaz de torcer la historia con su cinismo otorga un lugar demasiado determinante a las relaciones interpersonales, subjetivas en el rumbo que toman las distintas luchas políticas desencadenadas. Las relaciones afectivas, presentadas como el sostén del desarrollo de la historia - ficción, terminan siendo presentadas (desde la pretensión realista de la serie) como el sostén del desarrollo de la historia – política (real).
¿Qué no aparece en House of cards? La lucha política, el cuerpo a cuerpo en las calles, la clase obrera como sujeto (solamente aparece caricaturizada en una pequeña manifestación orquestada desde las cúpulas burocráticas de los sindicatos docentes y camioneros). Los paneos breves de exteriores muestran calles desérticas, vacías, presentadas como mero telón de fondo de ese escenario de roscas e intrigas de pasillo. Las únicas “presiones desde abajo” que se pueden ver son las de casos particulares, individuales, que se vinculan de forma afectiva con los protagonistas: La secretaría de Claire, Raquel (la prostituta acompañante de Russo), Fred (hacedor de las mejores costillitas de Washignton), Zoe Barnes y sus colegas del Herald, entre otros. Por otro lado, su contracara, el lobby de la burguesía, ocupa un lugar casi irrelevante. La presencia de un par de operadores políticos y dos o tres empresarios en toda la serie (con papeles secundarios) relega al poder económico a un segundo plano.
Si bien el verosímil no es una virtud en sí misma, en este caso evidentemente House of Cards tiene una intención realista y desde esa premisa es que analizamos de qué modo representa esa realidad de la que se propone ser espejo.
Lo que estas ausencias ocultan es el sustrato material y objetivo que sostiene efectivamente a esa camarilla, su razón de ser, mostrando al poder político como el poder en sí, y no como la gerencia del poder económico bajo un sistema de explotación capitalista. Posiblemente, la caracterización del régimen político que subyace al desarrollo de la serie parta de un horizonte reformista (Tomar estas líneas no como mera crítica de valoración estética, sino como crítica ideológica).
Algo similar ocurre con la serie Narcos la cual, más allá de sus notables (y bien logrados) esfuerzos por contextualizar el papel del narcotráfico en la geopolítica y la economía mundial, deja al gobierno de los Estados Unidos como agente impoluto e incorruptible, o con la representación de la DEA que propone Breaking Bad.
Desde este punto de vista, resulta interesante señalar los límites y alcances de Netflix como corporación creciente de la industria cultural a la hora de producir determinados contenidos. Ante esa contradicción (para nada nueva y nunca resuelta) la pregunta es ¿podría ser eso de otra manera desde las entrañas mismas de Hollywood? Sin dudas, es mejor que estas series existan, ya que desde ese lugar, House of Cards nos muestra (con todas sus riquezas y carencias) un muy rico retrato de la decadencia del régimen político burgués en el corazón del imperio, vista desde sus propios ojos.
La asunción de Trump y la crisis de los partidos políticos tradicionales en un contexto de crisis orgánica otorgan a la serie en los tiempos presentes un interés especial. Por todo esto y mucho más, valdrá la pena ver la nueva temporada en mayo.
Sebastián Muzyka

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