La moda retro y la legalización del sarcasmo
La moda retro consiste en la apropiación del pasado histórico, desde un presente que se presenta (justamente) como a-histórico. Ese fragmento del pasado es tomado aislado de su propio contexto de producción y circulación, de sus condiciones de existencia, desde una lógica semántica nueva que es la del presente.
En estos tiempos en que la moda retro, la parodia, la crítica y la nostalgia, entre otras cuestiones, son ideología dominante, es evidente que las políticas culturales del mercado marcarán su agenda en torno a dichas variables.
Llamaría la atención este fenómeno tanto a Marcel Duchamp y su Mona Lisa rasurada del año 1919, como a Jean Luc Godard con sus Histoire(s) du cinema, auténtico manifiesto cinematográfico en tono collage, por nombrar azarosamente obras que proponen diversos modos de apropiación de un pasado que es necesario indagar y repensar, con la intención de transformar el propio presente.
Evidentemente estos casos mencionados, así como cuantas experiencias vanguardistas se nos ocurran, lejos están de este fenómeno de la moda retro.
Si Duchamp expone e interviene la Mona Lisa en un contexto distinto es justamente para poner a la luz la artificialidad de lo institucionalmente reconocido como arte, haciendo visible su proceso de producción. Del mismo modo, Godard tomará fragmentos de la historia del cine para producir un manifiesto que le permita reflexionar sobre las implicancias históricas y culturales del filme en sus diversos contextos históricos, pensando al cine desde el propio dispositivo.
Pero la moda retro es algo bien distinto. Su intención no es pensar el presente desde el desmantelamiento del pasado, sino justamente apropiarse del pasado para borrar el presente. La nostalgia (sentimiento conservador si los hay) es su más efectiva herramienta. Con el viejo slogan de“todo tiempo pasado fue mejor” implícito, ese pasado se presenta como un momento idealizado, fetichizado, frente a un presente vacío y contradictorio.
Sin embargo, la ideología no sostiene desde el discurso dicho slogan, sino todo lo contrario. Su máscara es progresista, vanguardista, revolucionaria. La moda retro disfraza su nostalgia de ironía, su conservadurismo de sarcasmo. Su mirada sobre el pasado se posiciona desde un aparente punto de llegada de la humanidad. Nada queda ya por hacer, el fin de la historia ha llegado. Si el pasado es ingenuo, el hombre del S XXI puede tomarlo a gusto y piaccere desde su lugar superador.
Las contradicciones del presente se tornan indescifrables, no contamos con herramientas actuales para indagarlas y ponerlas a la luz. Todo intento es en vano. Resulta más fácil sostener un discurso sarcástico y que todo permanezca en su lugar.
La parodia y la crítica son ideología dominante. Son gestos institucionalizados, legalizados. Frente a eso no queda mucha opción. Todo acabó el día en que la mierda enlatada de Piero Manzoni fue comprada por la Tate Gallery.
La nostalgia es la contracara de la esperanza, no tiene intenciones de que la cosa cambie. El cinismo es moneda corriente, podemos comprarlo en WalMart o Carrefour. Te lo vende Coca Cola o Nike en sus publicidades. Cualquier intento de cuestionamiento, cualquier crítica, será contrarrestada con la operación ideológica del sarcasmo legalizado.
Así como el capitalismo genera las propias contradicciones que terminarán produciendo su caída, esa misma ideología dominante es también capaz de reciclar aquello que fue crítica y transformarlo en una pieza más de su engranaje. En este sentido, el mismo concepto de crítica es sospechoso.
Y ya decir sistema es sospechoso. En esta apropiación ideológica del cinismo, cualquier intento de mirada crítica y reflexiva sobre el actual presente histórico será considerado un resabio del pasado, un gesto ingenuo de una generación anterior, un intento de restauración conservadora del hombre racional moderno, un acto nostálgico desenmascarado. Dentro de la lógica del reciclaje y la moda retro ese sería el lugar que ocuparían estas líneas.
El hombre posmoderno, secularizado, libre de las ataduras a ideologías, corrientes estéticas, de pensamiento, o religiosas, ha superado ese estadio de la crítica, esa “adolescencia de la humanidad”. Nada queda por hacer entonces. La misma noción de crítica fue neutralizada. La negación de la crítica es la negación de las contradicciones de una realidad siempre cambiante, que el sujeto construye y transforma permanentemente en su relación concreta y material con el mundo. En esa negación, la ideología fatalista festeja su triunfo.
Mientras tanto los cañones en oriente siguen sonando, aumentan los muertos por hambre bajo un sistema económico caracterizado por la sobreproducción de alimentos, los “avances” tecnológicos ponen en peligro a la misma especie que los desarrolla y las lógicas imperialistas de dominación parecen permanecer intactas. Ante esta realidad el arte parece haber quedado mudo, inerte, vacío, cómplice en su silencio.
Pero entonces, ¿Qué decir?
¿Será posible ironizar a la ironía? ¿Cómo enfrentar al absurdo legalizado, institucionalizado?.
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